In Memoriam de Italo Potestá Hurtado
He estado alejado de mi país por muchos años, no solo físicamente sino emocionalmente. He trabajado en tierras extrañas para forjar una mejor vida para mi familia. No fue hasta hace unas semanas que decidí volver al Perú de visita cuando comencé a contactar a viejos amigos, indagar por personas que quería visitar cuando descubrí que había fallecido Italo Potesta Hurtado.
Fue un golpe tan duro y de sorpresa, sumamente inesperado pero merecido para aquel que da la espalda y se desconecta. Estaba pensando en qué cosas podría llevarle al viejo Italo de regalo. Un amigo común me dijo ⎯fuiste como un hijo para él⎯ Italo Potestá Hurtado fue el Jefe de la 60, cuando postule. Me entrevistó, me aceptó, aprobó mi ascenso a Técnico cuando era Vice Comandante Departamental Callao y me propuso para Teniente.
Italo y yo tuvimos una relación complicada con tiempos de gran cercanía, tiempos de confrontación y tiempos de alejamiento, de subalterno a jefe, de empleador a empleado y de amigo-amigo. En 1987, siendo seccionario casi inicia trámites para mi expulsión del Cuerpo de Bomberos del Perú. Mi crimen, criticarlo a él y la ineficiencia operativa del CGBVP. No fue la única confrontación que tuvimos, un día casi me botó de un incendio por querer corregir una maniobra que él había ordenado y cuando debió botarme de un incendio me dio la bienvenida.
Foto: Primero a la izquierda Italo Potestá Hurtado, centro Alcalde de Lima Luis Castañeda Lossio, Juan Carlos Medina experto en seguridad y Piero Schinaia de Coperimprel. Conferencia organizada por J.M. Dalco S.A.
Era alumno bombero cuando se quemaban las tiendas Maruy en el jirón de la Unión. Fui al cuartel, animé a Rolando Benavides acompañarme (lo incite maliciosamente, pues como alumnos no estábamos autorizados para ir a ningún incendio y menos coger equipo de protección personal de los percheros) tomamos transporte público, llegamos y localizamos nuestra unidad. Esa no fue una bienvenida. Los bomberos sabían bien que estábamos en falta y nos llamaron la atención. El Tecnico CBP Jesus Adasme, nos envió a ver al Capitán Italo Potestá para que decidiera nuestra suerte, que estaba ya conversando jovialmente con otros jefes. El incendio casi se había extinguido. Inmediatamente el en ese entonces Capitán Italo Potestá vio a Rolando Benavides, lo grito y básicamente lo despojó de todo uniforme, poco más y debió regresar a casa en ropa interior.
Al estar frente a él, me miró, sonrió y dijo ⎯Cadete Musse ¿qué haces aquí?⎯ (por alguna razón que nunca supe, él solía llamarme así) A lo que respondí. ⎯Escuche de este incendio en las noticias y me sentí obligado a cumplir con mis deberes de bombero alarquino⎯
Bullshit, como diría un amigo neoyorquino. La verdad, era que no me quería perder de la acción.
Esencialmente salí bien librado. De ahí me escabullí hasta el incendio donde había un bombero de la Roma 2 sobre los restos de lo que sería un techo, remojando los escombros con una manguera de 38mm. Le pedí el pitón y me lo cedió. Inmediatamente se dio cuenta que no tenía idea de cómo sostener una manguera. Era un alumno bombero sin ninguna hora académica. Nos balanceamos en un tablón rodeado de un mar de maderos con clavos de 10 centímetros mirándonos. Una caída seria con lesiones. Fue mi primer incendio, un buen bautizo que terminó esa madrugada con el incendio del buque Pariñas. Salí de mi trabajo a las 11 de la mañana y regresé a casa a las 3 de la madrugada.
Mi padre estaba muy mal de salud y tenía problemas de sordera, al final perdería la vista. Italo fue como un padre para mí, me dio los consejos que mi padre ya no podía darme en una época que los necesitaba. Me guió en mis negocios cuando empezaba, me dio consejos que necesita un joven varón cuando empieza a salir con mujeres.
Cuando mi empresa J.M. Dalco estaba creciendo, lo llamé y le pedí que fuera mi gerente de ventas. La que aceptó con mucho cariño. Durante ese tiempo nos reconciliamos, revisamos nuestras confrontaciones pasadas y fue cuando mejor lo conocí, ya no como un jefe sino como un ser humano multidimensional.
Fue en mi oficina donde se reunió la gente que más lo quería y se diseñó una estrategia para que se convirtiera en Brigadier Mayor. Ese mismo año logró ese grado que tanto quería. En ese momento él sabía cuánto yo despreciaba a los oficiales superiores y generales, curiosamente compartimos la misma visión, aunque yo entendía que para él era el logro de toda una vida dedicada al CBP.
La última vez que lo vi, fue cuando lo visité en su casa. Le dije que ⎯escribí un artículo sobre usted y el pavo de navidad que obsequiamos a la 60⎯. Sonrió y me dijo, ⎯si lo leí⎯. Me hizo saber que lo disfruto mucho, que solía leerme. Al final le dije que la revista Desastres.org fue modelado en las enseñanzas de mística e ideal del voluntario que él me enseñó junto a toda una generación de la Antonio Alarco. Le vi lágrimas en sus ojos. Me dio el mejor cumplido que he recibido de un bombero. Me dijo que lamento siempre que me haya ido de la institución, que desde que me conoció temprano en mi vida, él estaba seguro que me convertiría en comandante general.
Cuando empezó la revista Desastres.org, la hice en la misma oficina en Surquillo donde Italo trabajó conmigo. Nunca me busco pidiendo escribir de un superior o de alguna situación que lo beneficiaria. Mantuvo distancia. Un día me comenzaron a llegar noticias muy perturbadoras de su gestión. Simplemente no pude decir o escribir algo. Mi conexión, mi deuda personal, mi gratitud eran más. Un día hablé de él con Marín Salomon Zorrilla y es algo de lo que me he arrepentido al segundo de hacerlo.
No es fácil para mí hablar de Italo y no tener lágrimas en los ojos y sentir una fuerte opresión en el pecho. Hoy, quiero recordar al gran Jefe Italo Potestá como el mejor jefe de unidad que ha tenido la Antonio Alarco y probablemente uno de los mejores capitanes del Cuerpo de Bomberos del Perú y como el gestor de ese fabuloso cuartel que hoy tiene. Fui testigo de su trabajo, de su labor lobbista con Waldo Olivos y Tulio Nicolini para lograr se construyera lo que fue el cuartel modelo del bomberismo que hoy se insinúa fue trabajo de Víctor Potestá Bastante. Ese cuartel fue por años parada obligada de todo visitante bomberil extranjero.
Italo, no fue perfecto, nadie lo es. Quiero recordarlo como ese jefe agudo, inquisidor que veía y revisaba detalles, inteligente pero sensible. Siempre que lo necesite estuvo ahí, ofreciendo su mano generosa y amiga. Cuando él me necesitó, yo no estuve ahí. No supe de su diagnóstico de cáncer ni de sus últimos días. Tampoco supe de que se había reinscrito en la Garibaldi 7 y que puedo asumir la cantidad de resentidos que se ganó y le dieron la espalda en la misma Alarco 60.
Gracias Italo, por ser mi mentor y un segundo padre para mi.
José Musse
New York City.
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